jueves, 30 de julio de 2009

Burgos, 29-J: Vivir



Exactamente igual que en Bagdad. Con la misma saña que en Sarajevo. Como en los tiempos de Zaragoza o Vic. La forma de poner bombas de esta chusma entronca con las peores bandas genocidas, nada diferente del quehacer nazi o de las aviesas intenciones de los jemeres rojos de Pol Pot. Cuarenta y un niños. Buscaban un Omagh once años más tarde y a conciencia. A lo grande.

El milagro de Burgos tiene lugar en el momento en que ETA pretendía contar las víctimas de diez en diez. Es, en efecto, una ventura prodigiosa que los heridos físicamente hayan sido tan livianos, pero en cráter que deja en la conciencia colectiva tiene una gran profundidad. Eta ha hollado con su media tonelada el terreno subconsciente de la mente o del alma donde habita la ignota pulsión de la autodefensa y desde ayer, para miles de personas, abrá un antes y un después. El 29 de julio puede ser el día de muchos cumpleaños nuevos.

No es seguro que vivir tenga el mismo sentido para todo el mundo. Por ejemplo, para los hijoputas que pusieron la Vito vivir es matar y, por tanto, el sentido de la vida es el camino de la muerte. Para los niños, vivir es un juego, pero para decenas de niños de Burgos, desde ayer vivir es un acontecimiento producto de un despertar posible tras el estrépito atroz de la madrugada. Y para los que somos padres, vivir sigue teniendo sentido en la vida de ellos y en la propia, reconstituida.

Vivir desde ayer en Burgos es la fase b. Ha sido posible superar la prueba suprema del último artefacto etarra, cargado más que nunca de veneno mortal y ubicado con la peor de las sañas posibles. Y tiene sentido unidos, como anoche en la histórica concentración, cita para los anales, corolario cívico de lo que pudo ser el día de la infamia.

La onda expansiva no quiso ensañarse con sus destinatarios y se repartió por toda la ciudad, a la que abrió heridas transitivas. Ya nada será igual tras el 29-J de Burgos, el día que unos cabrones quisieron que fuera el de la infamia enterna en la siempre querida ciudad de burgalesa y se ha convertido en el resuello vigorizante que nos hacía falta para seguir gritando desde el corazón colectivo: iros al carajo, maldita sea, que lo único que queremos es hacer lo que quizá vuestra madre no debiera haber hecho: criar a nuestros hijos en paz y aquí.

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