martes, 17 de febrero de 2009

Sentido común

Se acentúa la crisis, espoleada por la grave situación de los indicadores económicos y de la bolsa.

Leo esto en Serenity Markets. ¿Te importa pasarlo? Es puro sentido común

 

 

Recae sobre nuestras espaldas esta gran crisis que empezó alrededor de año y medio. Nuestra particular “subprime a la española” ya cuenta con algunos de los frutos amargos que se han ido sembrando a lo largo de estos últimos años. No obstante, hay quienes siguen pensando que vamos a erradicar dichos problemas en un corto período de tiempo.
Las soluciones pasan por contemplar algo que tenemos muy cerca de nosotros, pero que a la vez se encuentra tan lejos como nos propongamos. En primer lugar, hacen falta reformas de carácter estructural. No es nada nuevo, aunque el rechazo de los gobiernos a atender propuestas razonables hacen perder un tiempo que es oro. La crisis se ha ido generando paulatinamente a lo largo de varios lustros y también larga va a ser la salida de la misma. Se necesitan medidas a largo plazo y, desde luego, no parches a corto. Medidas a largo plazo, no para solucionar los problemas derivados de la crisis, sino para paliar, en la medida de lo posible, todos sus efectos. Expertos en temas económicos señalan que estamos en los preámbulos de una crisis sistémica cuyos efectos serán devastadores para la situación económica, en especial, el factor empleo. Dado que las medidas económicas se circunscriben al ciclo electoral de cuatro años, tenemos el primero de los problemas. Debemos ser capaces de ir más allá. Es difícil, lo sabemos, pero es absolutamente necesario.
En segundo lugar, derivado del punto anterior, se encuentra en cómo establecer (o mejor dicho, cómo empezar a establecer) conexiones bien fundamentadas entre las distintas fuerzas políticas cuando éstas se están atacando de forma continua. Segundo problema. Y muy grave. La solución pasa, ya no sólo por el entendimiento de las dos fuerzas políticas mayoritarias de nuestro país, sino por la unión de todas las existentes. El problema que tenemos encima de la mesa es común a todos nosotros y, por lo tanto, su solución implica un compromiso de los distintos entes integrantes del sistema (ya no sólo de los partidos políticos); compromiso que, a la vez, queda estrechamente ligado a la fuerza de voluntad, de unos y otros, para poner en práctica, al menos en el campo que nos ocupa (terreno económico), cualquier propuesta satisfactoria para todos ellos, y que, por supuesto, brilla por su ausencia.
Por último, y en tercer lugar, cambiar el ritmo de vida y gasto que llevamos, fomentado en el crédito y en el endeudamiento, va a ser extraordinariamente difícil de llevar a cabo. Requerirá un esfuerzo a largo plazo por nuestra parte que va a ser muy duro de olvidar.
Ahora que el ciudadano medio español se ha dado cuenta de que la crisis empieza a apretar de verdad, no sabemos por qué razón nuestro sector público no entiende lo mismo. Pocas cosas aprende uno en esta corta vida (los que tenemos una edad intermedia decimos que “la vida son dos días, de los cuales ya hemos vivido uno”), pero una de ellas es la siguiente: los principios de subsistencia que deben regir en una economía pequeña son perfectamente aplicables a una economía mucho mayor. Algo obvio, pero que parece que no lo es tanto. Esto es, cuando el nivel de ingresos de una economía pequeña (como pueda ser la familiar) desciende, bien sea por menores rentas, mayores gastos, mayor inflación, etc., hay dos formas de compensación a considerar: una de ellas es percibir ingresos por una vía extraordinaria, y otra es gastando menos. Con mucha probabilidad la primera de las vías no sea factible, y habría que proceder a aplicar la segunda.
Actualmente, el sector familiar y el empresarial son los que, en mayor o menor medida, están aplicando esta segunda medida: recortar todo lo que pueden los gastos por todo lo que en un futuro pueda venir. Ahora bien, el Gobierno de turno, ¿por qué no aplica la misma política? Es cierto que ya se acaban de aprobar recortes en la Administración, pero, a todas luces, serán insuficientes para compensar una menor recaudación derivada del deterioro de la actividad económica. La política normal de “Estado” ha pasado a convertirse en una política de “Papá-Estado”. Cuando todo el mundo era autosuficiente, “algunos” se acordaban del Estado como tal para recibir la subvención correspondiente. Lo que ocurre en estos momentos, es que muchos sectores que ven peligrar su supervivencia (el último de ellos ha sido el del automóvil) acuden a la única fuente de salvación que queda, el “Papá-Estado”. Y estamos muy equivocados: las reglas del juego no son así; debemos pensar en nosotros mismos; la solución no pasa por que otros nos la resuelvan.
Por otro lado, no parece nada correcto que esta crisis, que ha sido originada por un ingente nivel de deuda, pretenda ser aliviada con más deuda. Dicho de otro modo, la crisis, causada por exceso de liquidez y de endeudamiento, ¿cómo puede resolverse con más liquidez y más deuda? El expediente sancionador a España por parte de la Comisión Europea por exceder el límite máximo de déficit público del 3% (datos de 2008), según el Pacto de Estabilidad y Crecimiento, se encuentra a la puerta de la esquina. Lo realmente grave del tema es que el problema de la deuda que, hasta hace bien poco recaía sobre el sector privado (particulares y empresas), empieza a contemplarse también sobre el sector público. En alguna exposición pasada señalábamos, remitiéndonos a algún artículo nuestro en “Cinco Días”, que «la creación de crédito (…) es una fórmula que lleva al desastre». Entonces lo aplicábamos al sector privado. Ahora, en cambio, dicha frase planea también en sector público.
Con sinceridad, creemos que vamos por un camino que no es el correcto. Nos movemos por una carretera con una pendiente, y ésta cada vez se hace mucho mayor, cada vez es más peligrosa. “La bola de nieve crece y crece, se hace ciclópea”, señalaba Fernando Suárez el pasado día 13 de febrero (“En la cuerda floja, El Confidencial). En realidad, ¿sabemos lo que estamos haciendo? Perdone usted, pero yo no lo entiendo.
Fernando Ayuso Rodríguez
17 de febrero de 2009

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