jueves, 17 de abril de 2008

La música

 

Existe un país sin territorio cuyos espacios sólo están delimitados por el sonido, sin necesidad de tierra ni horizonte, en el que el tiempo siempre es el mismo y la gente no tiene edad. En ese país habita lo mejor que nos legaron los que  supieron engarzar notas y silencios. Su cartografía son las partituras y el tiempo lo marca el compás

Yendo al país de la música clásica estamos los españoles, reorientando nuestro astrolabio, que así andamos aún en los albores del XXI, con la asignatura  medio aprobada, arrastrando nuestros complejos sin saber, muchas veces, a qué atenernos. Ahí al lado, en Europa, hace tiempo que apreciaron que desde que uno se levanta no hay mejor manera de unirse al continuo de la naturaleza que escuchando el mismo violín con que amanecía Venecia mientras componía con él Antonio Vivaldi; que no hay mejor manera de no volver a repetir las guerras de religión que escuchando de nuevo los alegatos litúrgicos que, a destajo, construía para la parroquia de Leipzig, frente a su casa, papá Bach, mientras mantenía a su prole.

En Salzburgo se quedaron para siempre con el espíritu del joven Wolfang, el austriaco que, ya de mayor, convertido en Mozart, ya en Viena, aún se pasea por las calles de esa ciudad y puede vérsele caminar presto si uno se fija bien. Y Beethoven, y Berlioz, Chopin; Verdi, en la Italia profunda, Falla, en la España del sur.

Los que amamos la música queremos para ella una madurez saludable y deseamos que vaya introduciendo nuevas formas, al europeo estilo, de gestionarse como espectáculo, desde la iniciativa privada, con patrocinios relevantes propios del mecenazgo más nutricio y las administraciones detrás, empujando, para que la burra no se salga de la linde. En esa feliz conjunción veo presentarse de nuevo, ahora creciendo y expandiéndose, el Festival de Música de Castilla y León, y sueño con que la gran hazaña se multiplique: que quienes amamos la música clásica a muerte la veamos tan lozana y moderna en sus maneras que podamos seguir adorándola hasta morir, cosa que a nosotros nos ocurrirá pero no a ella.
 
Publicado el Jueves 16
 

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