martes, 16 de septiembre de 2008

En defensa del mercado





Un relevante profesional inmobiliario me reconocía el otro día que el problema es que en sus oficinas no suena el teléfono ni para preguntar. Los pocos que tienen dinero disponible para chollos se han instalado en la espera eterna de que los precios sigan cayendo. “Mañana será más barato” se dicen. Y si no se lo dicen a sí mismos, se lo dicen en el banco: cuando acuden a plantear una operación, no falta quien les diga: “espera, no corras, ya comprarás más barato. Mientras, trae el dinero que te lo pongo al 10% tae”.

No se vende un piso. ¿Por qué? Sencillamente, porque se rompió el mercado. Ningún partícipe del negocio ha sabido cuidarlo para que no reventara y ha terminado como era de temer: en la parálisis más absoluta, perdido el pulso y sin funcionar. Estamos conociendo las consecuencias de lo que eso supone. Y sufriéndolas. El mercado, reparte riqueza. El mercado mueve una sociedad. El mercado mantiene vivos los músculos de una sociedad. Y solemos desconocerlo, porque, como las cosas importantes de la vida, sólo se aprecia cuando falta.

En los años cincuenta y sesenta, los países comunistas del este de Europa intentaron experiencias de organización social en que el mercado se sustituyó por la planificación. La experiencia terminó en guerras, desigualdades y, a último, la mafia. Lo mismo que en los países del tercer mundo, de regímenes dictatoriales, en los que campa a sus anchas la pobreza y la desigualdad por la falta de un mercado libre y desenvuelto.

En nuestras sociedades occidentales, particularmente el algunas, como la nuestra, se confunde demasiadas veces el mercado con la especulación, el beneficio con el sobreprecio, lo particular con lo público, la libertad con la tasación y, a último, quien puede y le dejan, acaba incurriendo en prácticas monopolísticas cada dos por tres.

El mercado tiene que ser protegido como se cuidan los espacios naturales o los osos pardos. Su pureza tiene que ser vigilada como se hace con la aplicación de las leyes o la universalización de los impuestos. El sector público tiene que quitarse del medio y actuar sólo cuando se le llama y sólo para reponer principios de equidad para que el más débil tenga las mismas oportunidades que el más fuerte. Tendría que ser la principal enseñanza de una crisis que comenzó cuando los precios ofertados estrangularon la demanda y el crédito por culpa de un mercado del dinero excesivamente barato. Pagamos la consecuencias de sustituir el mercado por la especulación. Tardaremos en aprender la lección. Pero no la olvidaremos nunca.


(Publicado en Negocio cyl)

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