martes, 2 de septiembre de 2008

El índice del descontento



En España, la gente tiene un cabreo del quince. Concretamente, del 15,2. Esta es la cifra del índice del descontento, un curioso ratio que de puso de moda en los años sesenta y setenta en los Estados Unidos. Era una época de estanflación, con alta inflación, alto paro y poco crecimiento (es decir, como ahora). Y el economista Artur Okon sumó los índices de paro e inflación para calibrar la gravedad del mal y, por lo tanto, del malestar de los ciudadanos. Pues bien, ese índice sigue siendo elocuente de la situación de un país. Y de la distancia respecto de otros.
El mes pasado, en Alemania el índice del descontento (o de la miseria, como también fue conocido) era del 10,3 y en Suecia, 6,1. Ahí es nada la diferencia. Y no estamos en presencia de un dato cualquiera, sino del que sintetiza los dos elementos que más incomodidad generan entre los ciudadanos. Por un lado, el desempleo. Dicen que en el fondo de todas las crisis, el temor que subyace es el del miedo de la gente a perder su trabajo y es cierto que la clave de cualquier economía radica en cómo crearlo y en evitar que crezca. El desempleo es el factor que establece distancias entre las economías más equilibradas de las descompensadas.
La inflación, por su parte, es la carcoma que destruye el sistema, y además, lo hace engañosamente, porque ataca desde la opulencia, el sentimiento previo a la euforia. No hay duda que este mal es el origen de todo lo que nos está pasando, el recalentón de los precios de la vivienda, y previamente, del suelo donde se construyen; el de las materias primas, especialmente el petróleo, y los productos básicos de la cesta de la compra. Esa carestía provocó la del dinero y el castillo de naipes cayó por sí sólo.

Propongo que recuperemos este índice que tanto éxito alcanzó en los difíciles años setenta para medir la gravedad de la crisis en la que nos encontramos. Los próximos meses pueden ser especialmente graves, porque aflorarán a la superficie de los periódicos los restos de los naufragios que se están produciendo larvadamente y que hasta ahora no hemos llegado a conocer. Son esas pequeñas empresas, muchas de ellas relacionadas con la construcción, que han estado intentando salvar los muebles como sea en los últimos tiempos pero que claudicarán antes el empeoramiento de las condiciones generales y de la situación.
El problema de la crisis ahora mismo es su naturaleza incierta y, particularmente, el borroso final, cuyo momento no es vaticinable (por mucho que los economistas, últimamente más parecidos a los astrólogos dada la imprecisión de muchos de sus vaticinios, piensen que será en uno o dos años). Si, como parece, la inflación se va moderando progresivamente de aquí a Navidad y, consecuentemente, el crédito se reanuda, puede que el paro deje de crecer y, por lo tanto, la situación remonte. Por eso propongo que tomemos el índice del descontento como factor de referencia.

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