jueves, 21 de agosto de 2008

Los esgrafiados segovianos: encajes de cal y barro














Son tan famosos en Segovia como el cochinillo o el Acueducto, aunque algunas de sus mejores representaciones también pueden verse por muchas fachadas de los pueblos de la provincia. Este antiguo arte menor, el del esgrafiado, corre el riesgo de perderse aunque ya fue empleada por los etruscos en el siglo cuarto antes de la era cristiana. La cultura romana, heredera de la anterior, utilizó esta técnica de dibujo de donde le viene el nombre “sgraffiare”, que no es otra cosa que la de hacer incisiones o rascar sobre una superficie con una herramienta especial llamada grafio en su parte superficial, de manera que quede al descubierto la capa inferior. Los esgrafiados se han aplicado sobre el enlucido de los muros, pero también lo ha sido sobre la cerámica y en las iluminaciones de algunos códices medievales. En la península ibérica el esgrafiado de fachadas fue puesto de moda por los alarifes mudéjares, siendo la provincia de Segovia una de las que mejor ha conservado algunos ejemplos de este arte decorativo parietal, aunque también le podemos ver en Cataluña, Levante español, Andalucía y Portugal.
El proceso de esgrafiado sobre un muro requiere de una preparación previa. Se extiende un revoco que generalmente es de tono más oscuro y se deja secar. Cuando ya está seco se extiende una capa fina del mismo color. Antes de que se seque del todo esta segunda capa, se extiende otra de otro tono que suele ser más claro y con un grosor especial, según los casos. Al cabo de un tiempo prudencial se hace el estarcido, que consiste en estampar los dibujos sobre la superficie pasando una brocha, cisquero o muñequilla por la plantilla donde los dibujos están recortados y después se hace el rascado y las incisiones oportunas para que quede al descubierto la capa o las capas de dentro. Estas masas o morteros se realizaban con cal grasa apagada, consiguiéndose de esta manera cubrir los muros de pobres construcciones, a la vez que se conseguía una decoración grata, sencilla de realizar y de poco coste.
En el Renacimiento la técnica se popularizó y perfeccionó, llegando a formar parte de la decoración de fachadas, bóvedas, muros interiores y otros espacios nobles de palacios, iglesias y monasterios, consiguiéndose con esta antigua técnica crear verdaderas obra de arte que todavía pueden verse y contemplarse.
El oficio de “esgrafiador” aparece documentado en España en 1650 formando parte de una cofradía catalana donde también figuraban artesanos como los “estofadores y doradores”. En Castilla, los esgrafiadores eran catalogados como revocadores o estucadores, o como simples albañiles, pues dominaban todas estas técnicas. Es una pena que esta maestría tan nuestra hoy pueda perderse, más si cabe ahora, que las nuevas tecnologías permitirían confeccionar imaginativas plantillas con las que decorar las fachadas de los edificios más emblemáticos del medio rural.



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