jueves, 10 de julio de 2008

Tocata y fuga de Soraya


Digo, de antemano, que paisanos como Soraya Rodríguez ocupen cargos políticos notables, nos conviene como ciudadanos y debiera reportarnos dosis agregadas de notoriedad. Viene bien. Y además, sirve para barrer para casa en momentos determinantes. De modo que estamos de enhorabuena con el advenimiento a la Secretaria de Estado de Cooperación Internacional.
Pero tenemos que seguir resaltando lo mismo (y van...): lamentablemente, la política tiene reglas diferentes de las que usan (o entienden) los ciudadanos sencillos. Y en este asunto se ponen de manifiesto dos particularmente severas: que en política es discrecional cumplir con los compromisos y que la ruleta suele tener dos tiradas por el precio de una.
Cuando la señora Rodríguez de presentó el año pasado como candidata a la alcaldía de Valladolid esgrimió como señuelo para que la votaran su vocación de permanencia. Repitió hasta la saciedad que su voluntad inapelable era la de servir al ciudadano con independencia del puesto que ocupara y que si perdía, como Joe Rígoli, "yo sigo".
Un año ha durado en los trabajos y los días de la oposición municipal. En la vulneración de la segunda norma que digo, parece que a ciertos políticos les es dada una prerrogativa divina que les faculta para darle a la moviola y volver a empezar: si se presentan a las elecciones y pierden, pues no importa. Ya vendrá una segunda oportunidad para recuperar el cargo perdido.
Cuando alguien se presenta a las elecciones para acceder a un cargo adquiere un compromiso con los votantes que debería ser entendido en términos contractuales. Usted se presenta de concejal para cuatro años y lo cumple y si luego puede ser alcalde, pues mejor, pero si no, pues a dar el callo. Con las mismas ganas que le deseo suerte al frente de tan relevante responsabilidad le afeo la postura escapista. A menos que lo que realmente le interesara fuera su carrera y no los ciudadanos exactamente. En ese caso, lo entendería todo.