Hay un principio en economía, extraído de la experiencia comercial, según el cual la oferta genera demanda. El axioma es de aplicación a muchísimos de los productos que forman parte de nuestro espacio cotidiano. Quien nos iba a decir antes de que existieran: el teléfono móvil, los vuelos baratos, los ordenadores portátiles, los cereales en el desayuno, la banca por internet... Piensen bien sobre estos ejemplos y verán que, verbigracia, hablar por un teléfono en plena calle, mientras caminamos, o comernos trocitos de plátanos desaguados con la leche, incluso soltarle la panoja a una página web, con la que establecemos el "diálogo" que veníamos teniendo con el empleado del banco, son cosas que quién nos iba a decir que ocurrirían.
Algo parecido puede sucederle a las sociedades modernas con los horarios comerciales. El Consejero de Economía y Consumo de la Comunidad de Madrid, Fernando Merry del Val, filtró el jueves pasado el contenido del borrador del Anteproyecto de Ley de Modernización del Comercio, llamado a convertirse en un gran y provocativo desafío. Prácticamente todo lo que está ahora regulado quedaría franco de rendir cuentas a la administración, pero particularmente (y es lo más polémico), baraja la posibilidad de que no existan las limitaciones horarias máximas actuales que se establecían para el ejercicio de la actividad comercial, tanto con carácter semanal (máximo de 90 horas), como diario (cierre entre 00.00 horas y 7.00 horas, y 12 horas de apertura máxima los días festivos).
La porfía sería mayor si tenemos en cuenta que se trata de la propuesta de una Comunidad Autónoma cuyo efecto imán resulta indudable, con AVE al Sur, a Cataluña y, por supuesto, a nuestro Valladolid, y con comercio de alta calidad. Si el Gobierno de Aguirre aguanta el tirón y no se trata sólo de una bravata estaremos ante uno de los mayores desafíos. Algunas asociaciones comerciales de Madrid apoyan la iniciativa -de hecho la Comisión Nacional de la Competencia ha filtrado que secundarían la medida por percibir que abarataría los precios- pero, por debates recientes en nuestros lares, sabemos que no se trata, ni mucho menos, de caso juzgado.
Antes al contrario, se enconarán las posturas tenazmente y habrá opiniones para todos los gustos. ¿La mía? Pues que conviene que nos vayamos enterando que algo hay que hacer. ¿Quién no tiene la impresión de que no siempre es posible comprar porque cuando uno podría, cuando no trabaja, el comercio está cerrado? Y, ¿no es verdad que los países más avanzados ponen la mercancía ante el cliente y no al contrario, lo propio de los más anquilosados? Interesante debate el que se avecina; pero siempre a la luz de la máxima irrefutable: "la oferta genera demanda" (y no al contrario, como hacen quienes esperan a conocer la demanda para ofertar, salvo que aquélla acabe dándonos la espalda y, ¡suele pasar! acabemos por no vender un lapicero).
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