Me voy a caer de un guindo: la negociación que comienza, nuevamente, entre el partido ganador de las elecciones generales en España y los nacionalistas catalanes y vascos me parece un mercado persa injusto para quines vivimos en las comunidades autónomas en las que no tenemos, afortunadamente, especimenes de semejante jaez. Instalados en los privilegios de una ley electoral que les favorece, convertida ésta en negocio para el mantenimiento de sus puestos de trabajo y los gastos de sus partidos, vuelve la ilusión de cada cuatro años, el cuponazo del PNV y CIU: siempre les acaba tocando la lotería a los mismos.
Las representaciones territoriales, como la nuestra, por ejemplo, numerosísima, quedan, de este modo, diluidas en el conjunto de los dos grandes grupos parlamentarios que defienden los territorios... o no. Y mientras, el catalán con la barretina y el vasco con su boina, venga a reunirse para hacerse los interesantes (y eso que en las elecciones no les ha ido especialmente bien, al contrario, han caído) haciéndose querer, haciéndose los interesantes, mirando hacia arriba, silbando, de soslayo.
Una de las más importantes razones que debieran conducir a los grupos mayoritarios a ponerse de acuerdo en la reforma de la ley electoral es precisamente esta, evitar pasar por la humillación de tener que cortejar a estas damiselas venidas a menos pero pretendientes siempre a la dote más jugosa. Es lacerante el castigo que los guarismos del señor Hont inflingen a Izquierda Unida, por ejemplo. Pero mucho más el coste que acaba teniendo para los demás .
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