martes, 28 de octubre de 2008

Cuevas


José María Cuevas llevaba la impronta de su familia, oriunda de Barruelo de Santullán, localidad de la que tuvieron que salir zumbando en 1933 por los ciscos de entonces. Hoy será sepultado en Riaza, junto al esplendor otoñal del hayedo, al pie de las montañas. Se nos está muriendo la gente que hizo posible la transición, fenómeno político del que cada vez más tendríamos que beber y hasta embriagarnos.
Si dijeramos, por ejemplo, con Gómez Navarro, que los sindicatos deberían expeler a los trabajadores haraganes en lugar de defenderlos seguramente diríamos una verdad, pero generaríamos el efecto contrario del pretendido, es decir, los defenderían más. No es lo que se dice sino cómo. Y es que, seguramente, se podría decir lo mismo de según qué empresarios, incapaces de modernizarse por dentro y por fuera. Justamente lo contrario de lo que preconizaba Cuevas, sempiterno negociador y pactista convencido.
José María Cuevas encarnó en su figura lo mejor de los valores empresariales, que se encuentran siempre en el ámbito de lo práctico y lo de lo lírico. Su trayectoria contiene innumerables episodios de divergencia con los sindicatos y con otras entidades empresariales, pero la mayoría son puntos de encuentro. La modernización de la economía española es claramente insuficiente y nuestra crecimiento ha sido, demasiadas veces, engorde. Pero el avance resulta obvio y éste sólo ha podido salir del entendimiento y no de la confrontación.
Se va Cuevas para siempre en medio de un catacrash de tomo y lomo de la industria financiera mundial tras el reventón de la burbuja inmobiliaria y en su ausencia se podría reivindicar la empresa eficiente frente a la ineficacia de la especulativa. Se va en una encrucijada trascendental para millones de familias y cientos de miles de empresas que deberían perpetuar la figura del empresario de siempre.
El que crea riqueza, busca puntos de encuentro, calibra riesgos antes de asumirlos, busca horizontes perpetuamente. Y le echa imaginación al asunto. Descanse en paz José María Cuevas. Seguramente lo mejor que puede pasarnos es que quien administre su legado sepa hacerlo de tal manera que no tengamos que echarle de menos y nos limiternos a recordarlo. Porque, con la que está cayendo, si encima tenemos que añorarle, mal rollo. Malo.

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